Vivo en Barcelona, una ciudad muy turística, a la que antes de la pandemia visitaban turistas de todo el mundo, más de 10 millones cada año.
En estos momentos sólo estamos los barceloneses, no tenemos visitantes, y entre otras muchas sensaciones y emociones nuevas, nos vuelve la Barcelona de los 80, pero en un paisaje transformado urbanísticamente y también la sociedad que lo habita.
Entonces, en España no hacía mucho que habíamos abandonado el franquismo y los jóvenes queríamos transformarlo todo, Barcelona como muchas otras ciudades españolas, estaba cambiando a gran velocidad.
Teníamos algunos lugares en los que nos sentíamos especiales y a los que acudíamos para liberarnos del presente y disfrutar de nuevas experiencias.
Uno de estos lugares era la Fundación Miró, su construcción en 1975 para acoger una parte de la obra del pintor y escultor Joan Miro, fue un gran acontecimiento cultural.
Joan Miró le encargó el proyecto del edificio a José Luis Sert, un arquitecto vinculado a la arquitectura racionalista de la primera mitad del siglo XX, que ya había realizado las obras de su taller en Mallorca.
Los dos formaban parte de las vanguardias internacionales y eran dos grandes artistas que habían estado exiliados.
El edificio es una estructura puramente racionalista, una composición de volúmenes con iluminación natural indirecta. Las formas abstractas de la fachada establecen una vinculación con la ciudad.
Miró y Sert compartían su interés por la cultura mediterránea y las vanguardias, el equilibrio del espacio, el color, la luz, la materialidad y el gusto por la naturaleza.
Joan Miró, aunque influenciado por las vanguardias y miembro del movimiento surrealista, acabó desarrollando su propio estilo, detallista y basado en la desproporción aurea.
Pretendía, como todos los vanguardistas, transcender la pintura convencional.
Sus formas parten de una valoración hiperbólica del dibujo infantil, de gruesos empastes a través del contraste de los colores puros, rojo-amarillo-azul con el negro, para configurar una obra visual y táctil.
Lo mejor no era ir a ver las obras de Miró o las exposiciones temporales, sino las sensaciones, nuevas, que teníamos en los recorridospor las exposiciones. En la conjunción de los espacios creados por Sert y el arte de Miro, la relación interior-exterior, la penetración de la luz natural, la conexión de los patios exteriores con las salas de exposición, llenas de formas abstractas simples, colores, plasticidad y armonía.
Se dice que los colores de Miró representan vitalidad, alegría y optimismo, y creo que es así, a mí me encanta, y también ver cualquier otra exposición en este espacio.